domingo, 5 de octubre de 2008

¿Te has perdido?

- Eh

- ¿?

- ¡Eh!

- ¿Quién me llama? ¡No te veo!

- Ni sueñes con verme.

- No me asustas.

- Ni tú a mí.

- ¿Qué sitio es este? No hay más que laberintos.

- Desde anoche estoy aquí y no sé qué es.

- A mí me parece un castillo.

- A mí me parece que es donde vienen los muertos.

- Pues yo no estoy muerto. ¡Sal y me ayudas!

- Yo creo que estoy muerto. No te puedo ayudar porque no sé donde estoy. Y el suelo me da vértigo. ¿A ti no?

- Pues no. Como voy andando por el suelo, no me puede dar vértigo el suelo. Estás mareado, ¿no?

- ¡No, no estoy mareado! ¿Pero no ves lo que le pasa al suelo? ¡Lo piso, pero no lo veo! ¡No hay suelo! Y se ve gente y más gente. Unos afilan cuchillos, otros comen un inmenso cordero asado, otros van vestidos de sirvientes, algunos son gordos como elefantes... Hay un ataúd. Están como en una ceremonia de muertos... Y están vestidos como reyes, pero no puede ser. Los reyes no son así, ¿verdad?

- Me parece que no veo lo mismo que tú.

viernes, 22 de agosto de 2008

Seguimos buscando

- Si todo dependiera de ti y de mí, te aseguro que hace mucho habríamos acabado esto. Estoy harto, ¿sabes?, harto de buscar vestigios.

- Lo que te pasa es que no tienes ni idea. Yo la vi, y cuando la vi se marchó, y cuando se marchó la seguí, y mientras la seguía la perdí.

- Perfecto. En todo caso, no estaba tu nieto con ella.

- No estaba, y cuando le pille le voy a dar una paliza.

- Tú lo que tienes que hacer es dormir un poco. Ya mañana seguiremos buscando.

- Y también estaba ese perro, el que estuvo todo el tiempo merodeando con la niña alrededor del barco. ¡Si lo pillo...!

- ¡Si lo pillas, que no lo vas a pillar, saldrá corriendo o te morderá! Vámonos a dormir, hazme el favor. Llevamos ya dos días y dos noches buscando. Mira: donde esté el perro estará la niña, y donde esté la niña estará el perro, pero donde estén ellos no tiene por qué estar tu nieto. Tu nieto estará por ahí dando tumbos. ¡Ya volverá!

- Y cuando vuelva se va a enterar. ¡Maldita niña!

- Otra vez con la niña. ¿Pero qué tiene que ver la niña? Tienes que dormir porque, si no, vas a ver niñas y perros por todas partes.

sábado, 24 de noviembre de 2007

Mil flores


El perro, acostado, escuchaba el ruido de las olas. El salitre le adormecía a ratos y, mientras tanto, la niña recogía flores por el campo para ponérselas en su sombrero.

Pasó por allí cerca el anciano. Espiaba a la niña desde lejos. El perro, por su parte, dejó de estar tan adormecido. De reojo espiaba al cartero, que repartía cartas y paquetes con su bicicleta, y al anciano, que se acercaba.

La niña volvió sonriente: "Mil flores, traigo mil flores", y tal como estaba las lanzó de repente al aire, dando lugar a una verdadera explosión de colores. El perro salió a su encuentro ladrando despreocupado. El anciano sonreía secretamente, y olvidaba por un momento que su nieto no estaba allí.

Pensamientos en el muelle, 2ª parte

- Son bellas las escaleras... Más si son de piedra, y si cuando pisas sus escalones notas en tus pies una agradable sensación de calor. La gente siempre trata de leer la vida en las rocas, en los fósiles, en los anillos de los árboles... Pero olvidan las escaleras.

A veces no se conserva de ellas más que dos o tres peldaños en ruinas, pero ahí es donde hay que hacer el esfuerzo de imaginar.

Los sitios más enigmáticos que he soñado están pobladas de escaleras cálidas. Se ve el vapor de agua fluyendo de las piscinas de abajo. Las aguas verdosas son un verdadero bálsamo para gentes deseosas de relajarse. Las escaleras conducen no sólo a esos placeres, sino también a las gentes pacíficas que bañan sus problemas en las aguas tibias.

Siempre imagino a una novia posible caminando conmigo, abajo, arriba, a lo largo de ese paraíso de escaleras cálidas que no aparece en ningún mapa. Me pregunto si ese sueño, algún día, llegará a cumplirse.


- ¡Maldita sea, cómo pesa esto! No sé ni qué hago aquí, en mitad de esta ladera tan separada del mar. ¡y esas ranas, ¿por qué no se callarán esas ranas?! Estoy perdiendo la cabeza.

¿Cómo demonios se quemaron esos malnacidos? Dijeron que el diario quemaba. ¡Bah, seguro que estaban más borrachos que yo!

¡Criminales! ¡Me empujaron! ¡Ahora lo recuerdo! Fue el que tenía la sombra de barba. Tuvo tiempo de mirarme de forma pícara antes de hacerme caer.

¡El libro! ¡¡Maldito sea!! Parecía valioso. Ahora está perdido. ¡Mejor así! Ya no sabré el secreto que escondía, si es que había alguno, pero tampoco lo sabrá ningún otro desgraciado que se lo encuentre.

Volveré a mi casa. No me retendrán más. ¡Asesinaría por volver!


- Con lo dulce que era antes mi nieto conmigo, y ahora está todo el día con esa niña. una vagabunda, una abandonada a la que no se conoce padre ni madre, que vive con un perro.

¡Espero que no sea una de esas niñas de los circos que van y vienen sin rumbo fijo! Y parece que se lleva muy bien con mi nieto, que a mí ya no me quiere tanto.

Mi mujer, como siempre, cosiendo. No sabe ni quiere saber. Y mi hija, ¿dónde puede estar? ¿Por qué tanto tiempo sin eescribir, sin subirse a ese barco de regreso a casa? ¿Es que aún piensa que la tratamos tan mal?

¡Voy a por él antes de que la niña venga!

Todo en movimiento


Los emperadores no lloraban sus pérdidas. No tenían tiempo. Se dedicaban a seguir las huellas de lo sucedido... Huellas físicas, pruebas.

En cuanto el perro despertó, encontró a la niña dispuesta a marchar hacia el barco. Tenía deseos de saber qué pensaba el marinero de todo lo ocurrido.

Pero, una vez llegados a la casa de éste, no abría la puerta. En su lugar, um gato malhumorado gruñó desde dentro. ¡Ahora se enteraban de que allí vivía un gato! Nunca lo habían visto al pasar por allí otras veces.

En ese momento, el marinero iba de taberna en taberna cantando canciones en las que amenazaba de muerte a sus enemigos, y presumiendo de haber encontrado un increíble tesoro. Los borrachos se reían de él mientras jugaban con el diario en sus manos, tras lo cual echaban a correr enloquecidos, con las manos en alto o dando palmadas que acababan en frotamientos frenéticos.

- ¡No me insultéis! ¡Os juro que no he hecho nada! ¿Estáis seguro de que no habéis puesto las manos encima de alguna hoguera?

- ¡Vete lejos de ese libro endemoniado! ¡Hazlo pedazos y tíralo al mar, si antes no te quemas las manos como nosotros!

Una de estas trifulcas fue presenciada por el perro y la niña. Fue en la enorme plaza de las escaleras, donde el perro estuvo a punto de caerse por una de ellas hasta una enorme piscina de agua hirviendo, que fue precisamente donde cayó el libro, para desesperación del viejo marinero.

sábado, 29 de septiembre de 2007

Bosques y seres


En el fuego de la noche, en un paraje que es todo bosque y misterio, aguarda el abuelo. Todos saben que está muerto, pero lo que no saben es que sigue vivo. Tras las últimas inundaciones, centenares de ranas poblaron los alrededores. Hubo campesinos que las vieron correr alrededor de una hoguera, que el anciano podría haber encendido sólo para ellas aunque, de soslayo, los espíritus de la isla también estaban invitados.

En una ocasión se escucharon gritos. Voces lastimosas de mujer cruzaban el aire. Las ondas formadas dieron lugar a una larga cadena de leyendas en las que el anciano era el gran protagonista.

En otra ocasión, un niño desapareció entre los árboles más espesos, y cuando al cabo de varios días apareció de nuevo, ya era un joven campesino.

Múltiples historias se difundieron acerca de desapariciones y mutaciones. Se llegó a hablar de personas que habían adquirido alma de animales, o incluso de animales que se comportaban de una forma muy humana. Se llegó a tener especial cuidado de no cruzarse con las ranas de las hogueras. El abuelo podría estar muerto o vivo, pero parecía inofensivo; las ranas, con sus miradas burlonas mientras bailaban en círculos, resultaban más que sospechosas.

El perro se inquietó cuando pasó por allí por vez primera. La gente dormía, y el barco seguía anclado en el puerto. La niña soñaba con círculos de colores que iban y venían. Uno de ellos se estrelló en su cara. Era su amigo, que había salpicado su rostro de agua.

Cambio de era


La atmósfera era lúgubre en la sala de las comilonas. Los rostros obesos de los emperadores reflejaban una mezcla de ira e indignación, y sus finas túnicas de seda disimulaban muy poco la tensión de sus cuerpos centenarios. Finalmente, la mala noticia llenó a todos de una ansiedad inusitada.

- Ya ha muerto. Hemos comenzado una nueva era. Las cosas ya no serán iguales.

- ¿Por qué no funcionaron los rebobinadores? ¿Por qué tuvo que dejarnos?

- No me preguntéis. Ahora sólo nos queda indagar. No llegaron a tiempo los documentos, ni parecía eso importar a nuestro emperador muerto. Tal fue su enajenación en los últimos tiempos.

Los emperadores debían su existencia a principios incomprensibles. Dependían de los habitantes del mundo, pero también de las ondas... Y de los permisos. Unos documentos escritos en papiros certificaban la prórroga de sus títulos, y esos documentos no podían extraviarse. Ahora, sin posibilidad de volver atrás, todo estaba perdido para uno de ellos.

El perro, junto al cual se encontraba el poeta, ladraba a la inmensidad. Mientras, el marinero de la pipa hojeaba con cuidado el diario. Nadie podía creer que fuera tan antiguo como aparentaba. El amigo de la niña, distraído, jugaba con un gato que se cruzó en su camino. La niña estaba feliz.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Recordad el suplemento

INTERESANTE. ¡PINCHA YA!

El luto de los emperadores


Mientras el diario pasaba de mano en mano en el puerto, y mientras el perro observaba cómo la niña hablaba con el marinero de la pipa, los emperadores, reunidos en comilona de urgencia, estaban a punto de estallar de rabia. Habían pasado desapercibidos durante siglos, y nunca se había oído hablar de ellos.

- ¡Que se me pare el corazón en este momento si han fallado los rebobinadores!
- ¡Que mueran todos los miembros de mi familia si yo fui el culpable!
- ¡Que traigan aquí ahora mismo a la niña!
- ¡Noooooooooooo! ¡La niña no existe, igual que nadie de esta sala!
- Yo existo, ¿no me ven Sus Señorías? ¡Los rebobinadores! Tremenda desdicha la nuestra, supeditados a un documento que hace siglos se perdiera en los océanos.
- Comed, comed, Sus Señorías, que ha llegado una nueva era de insomnio. ¡Aún somos invisibles, pero sólo si mantenemos nuestros hilos con el mundo!
- ¡Hmmmm, qué delicioso sabor! Felicito con todo mi espíritu al que con sus manos elaboró las delicias de esta comilona. Hacía siglos que no disfrutaba tanto.

viernes, 31 de agosto de 2007

Ladrar al aire


El perro, a veces, habla solo... Pero no como los humanos, claro. Lo que hace, en su afán contemplativo, es comentar las cosas consigo mismo. Es una manera de tomar conciencia de ellas. Como es un perro, no le funciona la memoria igual que a las personas, que recordamos casi sin querer, sino que debe concentrase más en lo que ve o escucha, recrearse, para que le quede un recuerdo.

Y a veces ladra al aire porque se emociona. El toro enamorado de la luna. El perro enamorado de lo inmenso.

Todas las grandes extensiones le atraen sobremanera. Le encanta sentirse pequeño en la inmensidad, y varias horas se le pasan en varios minutos cuando contempla hacia lo lejos, imaginando lo que habrá donde ya no le llega la vista. Entonces ladra... Y a cualquiera le parecería que espera respuesta, pero no tiene por qué. Y, desde luego, no suele esperar respuestas de otros perros; lo que él quiere es, posiblemente, entender los motivos de lo inmenso.

Pero despreocúpate, que un perro no quiere realmente eso o, mejor dicho, puede quererlo pero no darse cuenta.

Una vez me puse a ladrar con él. Coincidimos en una venta de Andalucía. En la parte de arriba estaba él, correteando por el balcón. Al principio le observé. Ladraba varias veces y observaba; volvía a ladrar y se quedaba de nuevo petrificado. En frente había montañas, y al fondo del todo se veía el Mediterráneo. Pasados unos minutos le empecé a hacer rabiar: le tapaba los ojos y le ladraba al oído, pero lo único que conseguí es que me esquivara continuamente para seguir observando y ladrando, esperando y ladrando.

Y empecé a ladrar con él. Me miraba a los ojos, y siempre esperaba a que ladrara yo para seguir. Hice la prueba: una vez paré más de un minuto, y otra vez algo menos. No ladraba el perruco. Pero ladraba yo, y ladraba él.

Cuando la venta se fue llenando de gente y los platos iban de aquí para allá, me acerqué al mostrador y pregunté de quién era el perro. Me dijeron que no lo tocara, que era uno de esos perros silvestres que me podían arrancar el brazo de un solo mordisco... Pero yo no les creí.

En ese momento yo tenía menos de 12 años y era bastante perro también: fiel, leal, ladrador rebelde... Y entre mis características humanas estaban el auto-odio, la rebeldía sin causa, la incomprensión autoinducida... Pero bueno: normal; me estaba metiendo en unos años que no me apetecían, y reírme de mí mismo no era mi fuerte.

Pero era feliz, y creo que casi cualquier niño tiene que recordar algún instante en el que lo fue. El perro también lo parecía, y disfrutaba observando el ir y venir de las gentes en la venta, con sus gritos y con los niños dando saltos: aglomeración, que maravilla.